Porque has de saber que sí, que eres tú, no la que eres sino la que siempre estás siendo y solo tú los sabes porque solo tú sabes cómo sabes.
Pero has de saber que también, como tú, cuelgo las ropas en el cuerno de la luna afilada cuando al sumergirme en ese mar que no sabes aún cierro los ojos para ver, saber que en tu novela hay páginas pasadas que vuelven a leerse nuevas con otros ojos y otros dedos para no cambiar su final, saber también que vayas adonde vengas siempre serás tú en el espejo en que no te mires porque te acompañas sin quererte cuando tú eres tú y no ella. Pero también que puede romperse ese otro espejo de agua clara en que sí te miras sin verte, colocando su dedo encima hasta quebrarlo en diez, mil ondas que, al cabo, vuelven a tu reflejo perfecto, sin huella, que tantas veces que introduzcas tus manos atadas a otras, a estas, que te cubras en él hasta tus hombros, volverá a ser la que siempre fue, agua sin pasado, agua que siempre ha sido futuro raudo por las espaldas, agua que en mis dedos serás tú.
Y al fin, saber, que el tiempo nunca corre entre dos miradas por no atreverse, que hay sombras que pueden atesorarse, lanzarse como pájaros desde las ventanas abiertas; saber que el cobijo de una mirada da más luz que el lujo de un palacio donde cuaja y revienta, sola, triste, la granada; que el silencio, como el horizonte, como el fuego, como el mundo que nadie habita bajo las faldas de los océanos, siempre será silencio como tú siempre serás tú sin ti. Y serás aún más tú cuando tu memoria te recuerde como nadie te conoció. Y sabrás sonreír al decir sí, aquí, ahora. Ven, soy agua y el agua es el espejo…
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