Nadie sabía más de los denominados “-ismos” que el malogrado Julián Marías, tanto que aunque al final decidiera morirse, ahí quedan sus enseñanzas.
Los “ismos”, como definidores de una corriente de pensamiento o actuación, poseen una doble vertiente según quien los emplee. Así, los miembros de cualquiera de estas corrientes lo emplean para referirse a sí mismos con intención integradora y de refuerzo de su propia identidad. O bien, al referirse a otros “ismos” el sentido se vuelve peyorativo, denigrante o excluyente.
Últimamente se oye hablar en Santiago de algo denominado “Gerardismo”, término de nueva acuñación que por su orientación solo cabe ser empleado en el segundo de los sentidos referidos, el excluyente o peyorativo. Es decir, usado por aquellos que supuestamente no forman parte del llamado “Gerardismo”, con la particularidad de devenir más como una corriente de hechos que de pensamiento o actuación. El origen, al decir de los entendidos, trae su causa de ser Compostela una ciudad pequeña en la que la fuente de lo público, el Concello, la Xunta, la política en definitiva, se convierte en un más que generoso manantial de ingresos indirectos amén de conseguidora de contactos personales o profesionales y, sobre todo, de vanidoso escaparate. Así las cosas, siguen diciendo aquellos, lo público se convirtió en un pastel y los hambrientos en acreedores de su reparto de tal suerte, buena o mala, que a la postre fue Conde Roa el que se alzó con el banderín dejando a la otra mitad de aspirantes con la hiel en los labios.
No existe pues, según opinión mayoritaria de militantes populares y ciudadanos de a pie, el denominado “Gerardismo”, sino el silente, oculto y combativo “Antigerardismo”, entendido este como la corriente que aglutina a todos aquellos a los que Conde Roa, al triunfar en la disputa interna por el liderazgo en Santiago, privó de sus aspiraciones privativas económicas, empresariales y personales. No incluimos “aspiraciones políticas” dado que si la política es un servicio a la sociedad el no admitir que la sociedad no los ha querido es en sí mismo un descrédito, sin olvidar lo sospechoso que siempre ha resultado el interés casi obsesivo de algunos por convertirse en ‘servidores públicos por el bien de la ciudadanía y la ciudad’ cuando una y otra vez han sido rechazados para esa “carga”. Un interés compulsivo y demasiado sospechoso, para qué negarlo.
No quiere esto decir que Conde Roa y su círculo no tuvieran sus miras personales, económicas o empresariales, nada de eso; lo que no soportan los “antigerardistas” es que ellos, al menos de momento, hayan quedado fuera. Y tan poco lo soportan que no dudan en coaligarse, el carácter diminuto de Santiago casi los obliga a ello, con partidos de colores diametralmente opuestos, echar mano de intereses económicos aparentemente contradictorios y solicitar ayuda de posturas oficialistas ridículamente encontradas.
Es lo que hay. Quienes emplean el término “Gerardismo” solo se refieren a ellos mismos, a los “Antigerardistas”, a aquellos que pelean por hacerse por el poder en Santiago para llevar a buen término sus negocios y aspiraciones personales. No hay más.
Por cierto, dirán algunos, se oye decir que Conde Roa accedió a la dirección popular compostelana en términos de dudosa legalidad. Así se dice, en efecto, pero repasando hemeroteca, consultados intervinienentes en aquellos sucesos y revisando documentación oficial, parece ser que no. Más bien al contrario….
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