Cuando la condición para llegar a alcalde de Santiago es la de ser un eterno aspirante, una vieja gloria que dijo aquel, o cuando la vocación irresistible y obsesiva por convertirse en un servidor de lo publico (de alcalde para arriba, por supuesto) roza lo patológico (entiéndase sin maldad económica, claro...), la llegada de personajes como este de Rebeca Domínguez crea cierto desasosiego entre quienes todo lo saben a fuerza de no conocer gran cosa.
Con cara de recién lavá, olor aún a pintura y todavía desprendiéndose del embalaje, esta Rebeca cae con maneras de ficha de dominó apareciendo paradójicamente para no sustituir a nadie en sentido estricto. Tiene la ventaja de que a estas alturas ya se han dicho de ella todos los tópicos aplicables al caso, los malos y los peores, y con la pega de que las cartas, hasta las marcadas, ya han sido barajadas y repartidas. Así que poco importará lo que haga o diga, poco lo que opine en una sociedad política como la compostelana en la que todos sus integrantes están llamados a carecer de vida propia. No sabemos si Ángel Currás sucumbirá a las amenazas más o menos desveladas de quienes, todavía masticando con la boca llena, le recuerdan aquello de lo que son capaces escondiendo la copa de cava cuando el cadáver pasa por delante, pero a buen seguro en poco tiempo sabremos si como un camarón despistado que se duerme, a Rebeca se la lleva la corriente. Cualquiera de ellas. Hasta entonces solo nos queda asistir al espectáculo de ver como en aquel juego cómo se pasan de uno a otro a esta recién aterrizada con la intención de hacer daño alguno de los miembros de la corporación. La caballerosidad es así de bromista cuando se pone.
Al menos gozará del privilegio de disfrutar intactos de sus preceptivos cien días de confianza. Veremos si las noches son tantas.
Noticias Relacionadas:
* Rebeca Domínguez, imputada pokémica
Noticias Relacionadas:
* Rebeca Domínguez, imputada pokémica
No hay comentarios:
Publicar un comentario