domingo, 13 de mayo de 2012

Indignados en Santiago de Compostela: 2012 Toma Dos

Con la llegada de la última golondrina, esa que ya, por fin, sí hace primavera, los Indignados volvieron a la calle.
Volvieron, en efecto, con las maneras y los entusiasmos de quienes se reencuentran en un campamento de verano, volvieron con sus proclamas de ayer y de siempre, con sus indignaciones que son las de todos y con sus jefes – no jefes que parecen ser solo suyos. Han vuelto y admirándolos en el Obradoiro aguardábamos expectantes, pasados estos meses, a conocer qué ha sido del año que se fue, que se diera acaso cuenta de cuanto se ha hecho en este tiempo, en qué se han empleado las fuerzas de las razones para poner fin a la situación que se denuncia por lo civil y lo criminal, en qué se han bregado por ese mundo mejor, en qué se ha combatido para disindignar a la sociedad que representan...
 Pero no, que todo fue una vana espera por desgracia. No ha habido resultados ni otras actividades que la de indignarse por indignarse e indignarse porque me tocan. O eso al menos es la triste conclusión que más de uno ha podido sacar. E indignarse sin elecciones por medio es un poco así, según ha podido escucharse. La indignación por la indignación.
Pero no nos engañemos: indignarse es extenuante. No de otro modo se explica la necesidad de echar cuerpo a tierra o a adoquín apenas se escucha una voz en la asamblea, una sensación de agotamiento envolvente y demoledor, una suerte de cansancio vital que eriza la piel al verlos tan sentados, cuando no tan tumbados al son de tambores como en la sentina de un trirreme, obligándonos a reflexionar con el corazón en la mano qué pude llevar a indignar tanto a una persona, o incluso a un joven, hasta hacerle caer agotado y derrengado, derribado sobre la dura y severa piedra de la plaza.
Volvieron a juntarse los Indignados, y volverán a hacerlo, los cielos así lo quieran. Pero no todos: faltará una joven de un rubio asombroso que abandonó la concentración antes de tiempo y a la que algunos escucharon decir entre dientes: “no hay cencerro para tanto borrego”. Qué sabrá ella.

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