Por Ana Ulla
Llegada de los detenidos al juzgado |
Cuentan los cronicones que nunca como durante el pasado fin
de semana, el Pokemizado, se vio a tanto empresario correr camino de sus
oficinas, que si las máquinas de triturar papel hablaran posiblemente pedirían
vacaciones por agotamiento. También en Santiago, claro. Porque al difundirse el
rumor de detenciones de alcaldes y funcionarios por eso del tráfico de
influencias el miedo, que es libre, se instaló en el corazón por concurso de
más de uno. ¿Será “el nuestro”? ¿Sabrán de “lo nuestro”? Se repetía como una
letanía por las calles. Poco a poco el secreto de sumario fue dando sus frutos
e íbamos conociendo con cuenta gotas, como con el orujo, de quiénes se hablaba.
Los de siempre, claro, que a los ciudadanos tanta detención solo nos beneficia
en que se respira mejor y hay más sitio para aparcar, pero poco más. Estas
historias sabemos cómo comienzan pero no, ni nos importa, cómo acaban. Se trata
de despolitizar la justicia, dicen, pero siempre por el bien de la política,
que así no hay quien concesione a sus anchas nuestras estrecheces. De todos los
colores, de todos los partidos, que no fue raro que quienes saltan a la primera
tardaran estos días incluso horas en manifestarse, vara de la ética en mano,
descolocados porque también hay de los suyos. Que estamos en elecciones, que no
hay respeto, que los jueces trabajen pero que no nos molesten. Y menos un juez
de los otros. Así que fuimos sabiendo y de nuevo tras varias horas, lo que se
tardó en descartar que alguno de los detenidos fuera Conde Roa, comenzó a
hablarse de presunciones, de la una y de a otra, del respeto a la justicia, de
responsabilidades políticas, de no hacer juicios paralelos ni bromitas o
chistes con el asunto y la honra de esas personas, tan suyas, y esos bienes,
que alguna vez fueron nuestros. Y con todo, pasadas tan aciagas horas, no dejan
de repiquetear dos frases, dos sentencias lapidarias, dos cruces clavadas en el
monte del recuerdo que nos acompañarán en lo sucesivo porque, en realidad,
nunca acabaron de irse.
La primera llegó por boca del alcalde de Ourense cuando
calificó de desproporcionadas las actuaciones forenses porque él, como regidor
municipal, no había hecho más que lo normal, lo habitual: “colocar gente” y
“levantar multas de tráfico. Lo habitual en un alcalde, muy poco para acabar
esposado. Claro. Se puede prevaricar, pero sin pasarse, lo tolerable o, lo que
es lo mismo, que los ciudadanos hemos de admitir que cierto grado de
prevaricación es justa, interpretando al alcalde, que hemos de convivir con
ella, que no es como embarazarse que lo estás o no lo estás, no, prevaricar es
distinto, puede hacerse un poco, solo la puntita, y se puede seguir manteniendo
la honradez y hasta la virginidad política. ¿Cuánto es prevaricar mucho, tanto
como para dejar un cargo? Quien pone las reglas que lo diga. Será, entendemos,
lo normal en estos casos.
La segunda frase fue del señor Gervasio, mandamás de Vendex,
cuando al ser preguntado si pagó por obtener adjudicaciones respondió, dicen
que sin reírse siquiera, que “a ver cómo se cree usted, señoría, que consiguen
las concesiones en Galicia”. Sin comentarios porque, ¿conoce usted a alguien
que tenga alguna concesión? Pues eso.
¿Conoce algún caso de irregularidades en multas o
“colocaciones” graciosas? ¿Algún secretito?
Cuénténoslo y ahórrese una úlcera.
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