domingo, 27 de enero de 2013

SAVAST (II). ¿Dónde está el Savast?


Es la pregunta imposible que precede a la inevitable respuesta improbable.
Está en el corazón de Santiago, en su centro histórico, en una calle mil veces transitada, comercial, popular, tan a la vista de todos que nadie repara en ella.
Por supuesto, carece de rótulos o carteles, ni indicativos ni placa en su portal.
Su exterior en nada difiere de los edificios que la circundan.
A simple vista es una vivienda más, un inmueble con bajo, dos plantas y un ático sin terraza. Su puerta exterior, de madera. Sus ventanas, con cortinas y visillos.
No tiene timbre ni aldaba. Solo se puede entrar con llave.
Su dirección exacta, creo que no tiene importancia en este momento.
Quien pueda saberlo dirá, cuando se le indique:
“¿Este es el lugar? ¡No me lo puedo creer! He estado pasando por delante toda mi vida.”
Eso dije yo.
Seguro que todos los que me precedieron exclamaron lo mismo.
(…)
Nada más entrar nos recibe un amplio hall diáfano con la solería de damero en blanco y negro.
A la derecha,  una estancia al mismo nivel alberga, discretas, una despensa y una cocina.
Al frente, una escalera señorial de pasamano labrado, y peldaños de mármol nos invita a subir a la segunda planta.
En una pequeña oquedad al pie de esa escalera se abre el espacio necesario para un diminuto montacargas, con espacio para dos personas.
“Para el servicio de cocina o para quienes tienen dificultad a la hora de subir”, me dicen.
“O la tienen para bajar cuando amanece”, me puntualizan
En el recibidor, la pared de la derecha tiene un armario empotrado.
Un poco más adelante, un aseo.
Las paredes de esta entrada suelen encontrarse repletas de cuadros y estanterías con obras de arte de nuevos creadores.
Allí se decide si prosperarán con su apoyo o se dejarán a su suerte, como es lo habitual.
La primera planta consta de dos estancias.
La primera tiene un salón muy amplio en cuyo lateral, según se asciende, se encuentra una barra de bar y la puerta del montacargas de donde llegan las vituallas de la cocina.
Frente a ella, un enorme espacio vacío rodeado de butacas.
“La zona de baile. O para hablar de pie”
Al fondo, mesas y sillones cómodos para departir. Un televisor y un sofisticado equipo de música ocupan uno de los rincones del fondo.
La segunda estancia es un reservado, sin puertas, junto al tramo de escalera que lleva a la planta superior. Solo alberga una mesa grande, como de reunión.
Ambas estancias carecen de cuadros u otro tipo de ornamentación.
La segunda planta parece estar destinada al descanso. Aproximadamente mide la mitad que la primera y está ocupada casi en su totalidad por divanes y sofás convertibles en cama.
La sensación que produce el lugar, a cualquier hora del día, es la de ser siempre de noche.
En el ático, donde nadie puede acceder, viven las dos jóvenes encargadas de la limpieza, la barra, los suministros y la cocina.
He creído importante hacer esta somera descripción del lugar para facilitar la narración posterior de lo que allí he vivido.
Y sigo viviendo.
(…)
Continuará


2 comentarios:

Anónimo dijo...

En el Casino

Anónimo dijo...

En el Casino.

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