miércoles, 30 de abril de 2014

Cisnes y pavos nos miran




Por Lupe Castiñeiras


Salvo quienes conocen a algún experto en la ciencia ruso-ucraína, al resto nos supone un gran esfuerzo adentrarnos en la mentalidad de un pavo real, entender sus razonamientos o, aparentemente, la falta de tales. No digamos ya si hablamos de los cisnes. Aunque estos últimos se esfuercen meritoriamente en aparentar que la cosa no va con ellos gracias a tan grácil cuello, en el caso de los pavos la realidad se complica hasta convertirse en tragedia griega con sus trece actos y otras tantas actas. Fíjese si no en los bichos de la Alameda, atienda a la incertidumbre pintada con acuarela en sus ojos y que, por momentos, consiguen que nos sintamos culpables de no sabemos qué.

¿Qué miran esos cisnes, qué saben esos pavos que no se atreven a contarnos? Sólo los ojos de los niños parecen conocer sus secretos, tan puros que en ocasiones nos llevan a creernos a creer que somos capaces de creer.  Se miran y callan cómplices, y en ese silencio nos avergüenzan. Tal es la vida y la vida después de la suerte, como eso que antes eran círculos viciosos y hoy se llaman rotondas que hay que desvestir de lo que son para enfundarlas en lo que no somos siendo, rotondas arboladas, arbustivas, floreadas. ¿Es necesario cambiarle los trajes de emperatrices a las rotondas por un quítame allá esas pujas? Nos preguntamos si seremos mejores personas si contamos con mejores rotondas, más aromáticas, más elegantes, más señoriales, pero concebidas y engendradas para dar vueltas a su alrededor, como las pelotas y sus rebotes. Nos lo preguntamos como antes nos preguntábamos si seríamos mejores ciudadanos si tuviéramos más terminales aeroportuarias creyendo que los turistas vendrían a visitarnos, precisamente, para ver a ese nuevo aeropuerto en ristre con las cámaras de retratar botafumeiros, zapatones y visitas guiadas a la finca do Espiño de mano de manirrotos y otras sociedades limitadas, o limitadísimas. Aeropuertos, en fin, surtidos de hangares para perritos pilotos y sapientísimos conocedores de las ciencias aerotransportistas que evocan los mejores tiempos de varones rojos y pájaros locos para despiporre anímico del personal. O si acaso seríamos peores ciudadanos si en la ciudad se tocara más el clavicémbalo que la flauta de pordioseros que no votan. Nos preguntamos, con los cisnes y unos pavos más republiarcanos que reales, acerca de la diferencia entre hacer ‘urbanismo’ y ‘jugar a las casitas’. Y no sabemos respondernos porque hay más respuestas que preguntas retóricas, y  porque ellos, los cisnes, desdeñosos, no nos lo quieren decir guardándose su secreto como las madres antaño y hogaño nos decían ¡lo hago por tu bien! Para que aprendemos algo que por desconocido no sabemos si hemos llegado a aprender cuando aprehender se ha convertido en la mejor de las ciencias infusas. Porque, a eso hemos llegado caminando hacia atrás, la ciudad será culta si yo, yo, ¡yo! no me pierdo un concierto de los de violín y piano de cola de contactos.
¡Seguidme, que soy culta! como antes gritara aquel autista de Hammelin.

Y nos dejamos mirar por los pavos reales, ¡tan elegantes ellos!, con sus plumas y sus crestas de alquiler por horas, cyranianos loros que por ver escritos sus nombres con letras de oro son capaces hasta de ser capaces de algo o venderse por un plato de lentejuelas. En síntesis, una foto, o una fotosíntesis, como usted prefiera. Que también de ello saben los inquilinos de renta antigua de la Alameda, todos a compostelanear mientras susurran ’virgencita, virgencita…’.


Cisnes y pavos nos miran para, confesando, bajar la mirada.


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