viernes, 16 de mayo de 2014

Paisaje para después de una Sentencia (I)



Por Ana Ulla

Salvo los tahúres en una timba y los nenos al escribir a los Reyes Magos, pocos saben de verdad lo que es jugarse la vida a una carta. En Santiago, esa carta se llama sentencia judicial y de su contenido dependerá el futuro tan inmediato como imperfecto de su Concello. A pocas horas bisiestas del heptajuicio por el asunto “Costas Adrián Varela”, la muerte está echada y los periódicos ya sacan lustre al hueco donde irá la foto de tan excelso banquillo en el que se les acusa de recibo. No es sin emabargo tiempo de entrar en honduras jurídicas ni abisales conjeturas de legislación electoral, que tertulianos en nómina hay para parar trenes con y sin fatales curvas, pero sí momento para requeteflexionar sobre qué podemos encontrarnos a la vuelta de las cuatro esquinas del fallo.

Justificar cuatro años de tocarse tan socialistas cataplines, si hay condena, habrá valido la pena. Desde la espantá de Sánchez Bugallo hasta los concejales a los que más que acreditación se les hacen pruebas de ADN para saber quiénes son cuando van a Raxoi, todo estará consumado para los consumidos. Cuatro años sabáticos que culminarán con el ofrecimiento de la tea para prender la pira funeraria del cadáver popular y esparcir después sus cenizos. Sólo de esta forma los cauces volverán a sus aguas, sus nadas a sus vacíos, a los conciertos e inauguraciones, a cuanto acto cultural de amiguito que le baile el agua se desprecie. Pero hasta que llegue esa hora hay mucho que deshacer, vigilar expectante qué proponen los del Bloque de enfrente para apropiárselo, aguardar alguna plataforma que ajustar a la horma del zapateo o esperar que el pródigo denunciante anónimo alegre las mañanas sin sal de la parroquia. Hasta entonces se cuentan las horas como en los cabos cañaverales, segundo a segundo y a terceros con la misma ilusión con la que en navidades Vendex, como Avón, llamaba a las puertas. Hasta entonces, hasta ese jodido lunes que sigue al día del Señor, serán horas para encender velas en velorios de tercera, que las sentencias las cargan los diablos de fogueo, unos rezando al patronato de los imposibles y otros con sus oraciones disyuntivas a Santa Rita, Rita. Horas de hacer maletas o muletas, de ver a los pijos  en los ojos ajenos y no las vigas en los propios, de aprender de una vez que hacer urbanismo no es jugar a las casitas, que si Santiago en su inmundicia ha sobrevivido dos mil años ha sido, precisamente, porque ha aprendido a disimular. Horas para recordar que no hay mayor corrupción que la del agua estancada. Horas finales que presagian cualquier principio.

Concedan los cielos que haya condena de circo máximo, de mártires sin fecha en los calendarios, que descansen en la paz que nos espera, que salgan por la puerta de atrás que las principales son puertas en campos santos. Que haya condena que no merecen los portavoces vivir sintiendo más vergüenza que la ya soportada, desdicha que ni dos sueldos eran capaces de sostener ni en Vigo ni en directo, pobres corazones atribulados que por responsabilidad no dimitían a pesar de tanta incuria en vena. Que siempre ha sido más fácil, en situaciones de dolor extremo, pedir que dimita el otro a hacerlo uno, que la responsabilidad es mayor que la aflicción. Porque si quienes no soportan el hedor de la corrupción hubieran dimitido colapsando el Concello, ¿no lo hubiéramos agradecido lo0s ciudadanos? Doctores tiene la iglesia y la política, pero doctores con consulta privada.


Pero, ¿y si la sentencia fuese absolutoria….?

(Continúa.....)

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