Salvo los tahúres en una timba y los nenos al escribir a los
Reyes Magos, pocos saben de verdad lo que es jugarse la vida a una carta. En
Santiago, esa carta se llama sentencia judicial y de su contenido dependerá el
futuro tan inmediato como imperfecto de su Concello. A pocas horas bisiestas
del heptajuicio por el asunto “Costas Adrián Varela”, la muerte está echada y los
periódicos ya sacan lustre al hueco donde irá la foto de tan excelso banquillo en
el que se les acusa de recibo. No es sin emabargo tiempo de entrar en honduras
jurídicas ni abisales conjeturas de legislación electoral, que tertulianos en nómina
hay para parar trenes con y sin fatales curvas, pero sí momento para
requeteflexionar sobre qué podemos encontrarnos a la vuelta de las cuatro
esquinas del fallo.
Justificar cuatro años de tocarse tan socialistas
cataplines, si hay condena, habrá valido la pena. Desde la espantá de Sánchez
Bugallo hasta los concejales a los que más que acreditación se les hacen
pruebas de ADN para saber quiénes son cuando van a Raxoi, todo estará consumado
para los consumidos. Cuatro años sabáticos que culminarán con el ofrecimiento
de la tea para prender la pira funeraria del cadáver popular y esparcir después
sus cenizos. Sólo de esta forma los cauces volverán a sus aguas, sus nadas a
sus vacíos, a los conciertos e inauguraciones, a cuanto acto cultural de
amiguito que le baile el agua se desprecie. Pero hasta que llegue esa hora hay
mucho que deshacer, vigilar expectante qué proponen los del Bloque de enfrente
para apropiárselo, aguardar alguna plataforma que ajustar a la horma del zapateo
o esperar que el pródigo denunciante anónimo alegre las mañanas sin sal de la
parroquia. Hasta entonces se cuentan las horas como en los cabos cañaverales,
segundo a segundo y a terceros con la misma ilusión con la que en navidades
Vendex, como Avón, llamaba a las puertas. Hasta entonces, hasta ese jodido
lunes que sigue al día del Señor, serán horas para encender velas en velorios
de tercera, que las sentencias las cargan los diablos de fogueo, unos rezando
al patronato de los imposibles y otros con sus oraciones disyuntivas a Santa Rita,
Rita. Horas de hacer maletas o muletas, de ver a los pijos en los ojos ajenos y no las vigas en los
propios, de aprender de una vez que hacer urbanismo no es jugar a las casitas,
que si Santiago en su inmundicia ha sobrevivido dos mil años ha sido,
precisamente, porque ha aprendido a disimular. Horas para recordar que no hay
mayor corrupción que la del agua estancada. Horas finales que presagian
cualquier principio.
Concedan los cielos que haya condena de circo máximo, de
mártires sin fecha en los calendarios, que descansen en la paz que nos espera,
que salgan por la puerta de atrás que las principales son puertas en campos
santos. Que haya condena que no merecen los portavoces vivir sintiendo más
vergüenza que la ya soportada, desdicha que ni dos sueldos eran capaces de
sostener ni en Vigo ni en directo, pobres corazones atribulados que por responsabilidad
no dimitían a pesar de tanta incuria en vena. Que siempre ha sido más fácil, en
situaciones de dolor extremo, pedir que dimita el otro a hacerlo uno, que la responsabilidad
es mayor que la aflicción. Porque si quienes no soportan el hedor de la
corrupción hubieran dimitido colapsando el Concello, ¿no lo hubiéramos
agradecido lo0s ciudadanos? Doctores tiene la iglesia y la política, pero
doctores con consulta privada.
Pero, ¿y si la sentencia fuese absolutoria….?
(Continúa.....)
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