Por Ana Ulla
Puede ocurrir que no todo sea lo que no parece, y ver, y hasta
el oler a siete concejales en el banquillo transforme a este, cosas más
peregrinas se han visto, en siete altares. Puede ocurrir que el asunto de
morros se les haya ido de las manos y una absolución, al cabo, los consagre.
Puede ocurrir, en fin, que no estemos más que ante un acto de normalidad más o
menos democrática donde al que la hace, se le paga. Una catarsis política que
espante fantasmas de los pasados y recaliente las botellas de cava que a esta
hora se enfrían en las neveras particulares de sus correligionarios. Una
sentencia absolutoria obligaría a propios y extrañados a volver a las
desandadas, a poner a trabajar al denunciante anónimo, tan particular como el
patio de la casa del pueblo, a volver a centrar el foco en la Pokémon y su
secreto más de Fátima que de sumario, ese asunto judicial en el que los
socialistas sacan pecho de honradez bajo el argumento de que ‘vosotros tenéis a
tres imputados y nosotros solo a uno’ como muestra de honradez más aritmética
que política.
¿Volverá Santiago a ser la misma si el fallo se equivoca y
salen absueltos los siete samuráis? La pregunta entonces no será ’y ahora qué’,
sino ‘y ahora quién les tose’. ¿Es legítimo pedir la dimisión de quienes pedían
la dimisión de quienes resultaron ser inocentes? Pedir es gratis.
La foto de los acusados quemará en las manos cuando hay procesos
judiciales en los que más que absuelto se puede salir canonizado. Y será la
hora, o no, de los nuevos denunciantes anónimos y sobre todo la hora feliz de
quienes desde su partido no se resignan a ver caer a sus compañeros por un
puesto en el pleno o una concesión para una obra de la mano de un gobierno
socialista. Si hay absolución podrán esos siete regalarse un daño de
multitudes.
Horas quedan para el desfile por la alfombra escarlata,
posar y decir de quién es esa boca por la que mueren todos los peces. Pocas
horas con minuteros de plomo en relojes de sol de justicia. Pocas horas para
que pasen los que pasen todo habrá ocurrido, un juicio para hacer de corazón
tripas de quienes se encuentran a esta hora entre las espaldas en todo lo alto
y la pared.
Y al finalizar volverá la melancolía de cristales tras la
lluvia, cada cual a nuestras cuitas, la oposición socialista a la espera de
alguna genialidad del particular denunciante o de alguna iniciativa de los
nacionalistas para hacerla suya, a sus primarias del juego de la silla, y fijar
la vista cansada en la próxima cita a ciegas electoral con las maletas vacías.
Pocas horas quedan para saber de qué lado se inclina el
infiel de la balanza, horas que pasan lentas, grises, como arrastrando los pies.
Horas para pasar del estupor a la gloria maldita. Un juicio al sistema en el
que los ciudadanos volveremos a ser las víctimas de los desintereses partidas,
juicios con condena a mala suerte. Horas previas de un duelo en el que oímos repique
de campanas sin saber dónde.
“Juicios tengas y los ganes”
(antigua maldición gitana)
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