Por Iván Robledo*
“El indeciso es escarcha/cerrada y pobre…"
Es el indeciso el último demonio de la democracia, el único
que sabe por qué vota. O que conoce la razón para dejar de hacerlo. Es la última pieza que se esconde de un puzzle que nunca es el suyo. Es un
estigma, un anatemizado al que se persigue con la estaca de la encuesta en
mano, el indeciso es el único que conoce la razón de su voto o de su silencio. Es
la sal de la democracia, su razón de ser, el último libre al que se debe
aherrojar. Lo
llaman indeciso como en un insulto, un menosprecio a su integridad, se le
denosta para que cargue con un nombre, indeciso, extraído de roñosos de auto de
fe. Indeciso es palabra imperfecta, como lo es el todo, como lo es el ser, lo es Gulliver o el
enamorarse, palabras que se emplean para definir todo aquello que algo o alguien
no es porque solo él le da sentido al
vivirla. El indeciso no es carnaza de encuesta, guarda su
voto, lo defiende con uñas y dientes, sagrado no es el voto, es él, y solo él
parece comprenderlo, defendiendo su voto pluma por pluma. El indeciso mira,
calla y sonríe socarrón al convencido, sabe el indeciso que puede equivocarse
pero no podrán engañarlo, y en ese convencimiento de su falibilidad vota, o no.
Sensible, siente vergüenza de aquellos que en su soberbia votarán sin
importarles que puedan engañarles porque votan a quienes a su vez votarían por
ellos, el convencido es un ser ciego seguro de no equivocarse, renuncia a errar
por una convicción ignorando, es su sino, que solo las personas libres pueden
equivocarse. El indeciso siente esa vergüenza pero más aún siente asco de
quienes menosprecian a quienes votan distinto, de aquellos capaces de chapotear
en el fango de sus miserias recriminando a otros el que hayan votado allá o
acullá. El indeciso sabe que puede equivocarse al votar, por eso nunca podrán
engañarlo. Y en ese saber vota libre, y en esa libertad es odiado por quienes
están seguros de su voto. Al indeciso no se le quiere convencer, sino someter. Porque
da miedo que pueda elegir.
“…Vuela
indeciso en la doble/ luna del pecho.
Él, triste de cebolla/ Tú, satisfecho.
No te derrumbes/ No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre”.
Miguel Hernández, 'Nanas de la cebolla'
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