Por Susana Díez de la Cortina*
Fotografía tomada de una imagen en la “Casa de los Peces” de La Coruña |
Uno
tiende a creer en las sirenas o en los tritones si es de letras, y si es de ciencias,
en el “Triton Gills”, ese aparato que imita unas branquias artificiales
y que, a
decir
de su inventor, el surcoreano Jeabyun Yeon, permite bucear y respirar tranquilamente
durante 45 minutos a unos cuatro metros y medio de profundidad. La que
esto escribe es de letras y, se lo aseguro, no probaría ni harta de vino el
aparato coreano
que, además, unos dicen que funciona y otros que no, que “el tritón nos ha salido
rana” y que es imposible obtener del agua el oxígeno que necesita un ser humano para vivir... Una pena, claro.Pero bueno, a los de letras nos queda el consuelo de
poder
decir
que el invento de las branquias artificiales no parece, de momento, menos
fantasioso
que esos acuáticos seres híbridos producidos por la imaginación humana,
como
son las sirenas, los hombres-pez, los tritones e incluso los ictiocentauros,
fabulosos
seres con torso humano, patas delanteras de caballo y cola de pez. En la
mitología
griega, Tritón, dios de quien toma el nombre el respirador acuático coreano,
es el
dios mensajero de las profundidades marinas, pero la historia que vamos a
contar
tiene
que ver más en concreto con esa variedad de tritones centauros, los
ictiocentauros
que
acabamos de describir, ya que uno de ellos fue seguramente el causante de que
la
protagonista
de nuestro relato de hoy, a saber, la primera sirena de la historia que habló
con voz
humana, apareciera en las costas gallegas.
Cuentan
las crónicas antiguas que los centauros sagitarios eran enemigos feroces
de las
sirenas, en especial de las de agua dulce; pero tampoco se libraban las de mar
adentro
del peligro de ser asaeteadas por los tritones centauros. Uno de aquellos
veloces
y
crueles arqueros, tras haber perseguido y herido a una hermosa criatura híbrida
femenina,
la abandonó en la arena, inconsciente, dándola por muerta. Estos hechos, a
juzgar
por las fuentes consultadas en la “Casa de los Peces” de La Coruña, tuvieron
lugar
allá por los siglos XII o XIII en unas tierras en las que vivía un conde
poseedor de
un
imponente castillo. El conde, que todavía estaba soltero, pasaba el tiempo
yendo de
caza o
recorriendo a caballo sus extensísimas tierras. En uno
de esos paseos fue cuando se encontró en la playa con el cuerpo desnudo de
nuestra protagonista. Le pareció de gran belleza, aunque no podía verle las
piernas porque
las tenía tapadas por las rocas. Parecía dormida, y el conde se acercó a ella despacito,
pero su caballo piafó y, aterrada ante la idea de que aún anduviera tras ella
el
ictiocentauro,
la sirena despertó, y de seguro se habría echado al agua si los escuderos
del
conde no le hubiesen interceptado la huida. Uno de ellos, por caballerosidad y
porque
hacía frío, cubrió con su capa la desnudez femenina… pero ya había despertado
en el
conde un deseo hasta entonces desconocido.
Así
pues, el conde Don Froilán quiso casarse con la sirena. Puso a su disposición
todos
los vestidos y doncellas propios de una gran dama y la hizo bautizar. Como
había
nacido
en el mar, pensó que el nombre más acertado para ella sería el de Marina, o
Mariña,
en gallego. Pero la sirena nunca decía nada. Don Froilán pensó que no sabía
hablar
y comenzó a enseñarle cómo pronunciar las palabras, pero finalmente tuvo que
hacerse
a la idea de que su mujer era muda. Esto apenaba mucho al conde, sobre todo
cuando
vio que, tras nacer su hijo, la madre no podía decirle ternezas, y lloraba de
tristeza.
En la
noche de San Juan, como es de rigor en zonas de fuerte sustrato celta, se
prendieron
las hogueras. Doña Mariña, que nunca había visto esa fiesta, acudió con su
niño en
brazos. En un descuido, el conde se lo arrebató con un rápido movimiento e
hizo
amago de echarlo al fuego. El miedo de la sirena fue tal que escupió un trozo
de
carne
por la boca y gritó: "¡Hijo!". Desde entonces, Doña Mariña pudo
hablar. El
pequeño
se llamó Juan en memoria de aquel día, y fue el primero de los mariños
gallegos.
Cuatro
siglos más tarde, pero también, y muy significativamente, en la noche de
San
Juan, comenzó su andadura o, mejor dicho, su “nadadura”, otro famoso tritón, de
nombre
Francisco de la Vega Casar y natural de Liérganes, en Cantabria. Se sabe que en
el año
1674 Francisco se fue a nadar con unos amigos en Bilbao, la noche de San Juan,
pero
llevado al parecer por la corriente, desapareció y no se volvió a saber más de
él.
Cinco
años más tarde, en 1679, fue visto en Cádiz por unos pescadores, quienes lo
describieron
como un ser acuático con apariencia humana que había desaparecido
rápidamente,
zambulléndose. Las apariciones del hombre-pez se repitieron varias veces,
hasta
que fue atraído con trozos de pan y atrapado con unas redes. Una vez capturado,
se pudo
constatar que, efectivamente, se trataba de un hombre, pero con escamas y
forma
de pez.
Entonces
fue llevado al convento de San Francisco e interrogado por el Santo
Oficio
de la Inquisición para saber de quién se trataba; pero al convertirse en sireno
había
perdido casi por completo la voz. Al cabo de un tiempo, según un secretario del
Santo
Oficio que casualmente era de allí, consiguió balbucear la palabra “Liérganes”,
adonde
fue prontamente llevado y, una vez realizadas las pesquisas pertinentes y
comprobada
la oportuna coincidencia con la desaparición, cinco años atrás, de
Francisco
de la Vega, conducido directamente hasta la casa de María de Casar, que de
inmediato
lo reconoció como su hijo.
Cuentan
que, ya en casa de su madre, Francisco vivió tranquilo sin mostrar
interés
por cosa alguna. Iba descalzo y a veces desnudo, y no hablaba apenas. Nunca
mostraba
entusiasmo por nada, y muchas veces se estaba sin comer varios días. Después
de
pasar de esta guisa nueve años en casa de su madre, desapareció nuevamente en
el
mar,
sin que hasta la fecha se haya vuelto a saber nada más de él, aunque circulan
rumores
sobre un ser de estas características por el río Ebro… Pero esa ya es historia
para
otro día. La moraleja de esta de hoy (unos dicen que por la influencia pagana
de
San
Juan, otros que por la sagrada del bautismo) es que, así como la sirena Mariña,
al
cambiar
de medio, recuperó la voz, el hombre-pez de Liérganes la perdió. Razón de
más,
digo yo, para no hacer uso del mencionado aparatito coreano que permitirá al
hombre
adaptarse al medio acuático. Por eso, y porque ya lo decía bien clarito el
refrán,
desde
el siglo XII e incluso, quizás, desde antes también: “Por la boca muere el
pez”.
*Susana
Diez de la Cortina Montemayor es filóloga y directora académica de AulaDiez
(www.auladiez.com),
y autora de varios libros de poesía y de gramática del español para
extranjeros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario