Porque en Norieguistán, entonces, todo era una fiesta. La prensa
no era canalla y día sí, noche Páulov. Eran días de traca, de
plataformas, una tras otra, de querellas por un quítame ahí esas terrazas y de
niños torpes que rodaban por los parques de concentración. Noches de
algarabía en las que nunca se ponía el sol de la justicia social, cuando se
contaban los detenidos como los goles contra Malta, cinco, nueve, diez…! y todo
se volvía jaleo y brindis por el fin del principio que estaba a punto llegar a
la intermodales de los sueños, y nosotras en comisión. Las gentes, aunque no se
estilaba, se ponían, para cenar, tréboles, en el ojal, y Lugo ardía con la leña
que repartía De Lara, cuando los indignados iban a las plazas con una mano puño
en alto, y la otra con currículos en la de atrás. Eran días de continuas
vísperas, tardes de interrogatorios, noches en las que se tachaban con las equis
los nombres de las listas electorales, de nombres nuevos, desconocidos, cuando
todo era carnaza, todo celebración en torno a una hoguera de vanidades y agredidos sociales esperando a que llegara ese nuevo amanecer sin mácula, cantando animosos,
antesala en las que las elegantes entre las elegantes lucían sus agasallos de
Vendex con ensoñaciones de primera edil en esta, nuestra comunidad. Jornadas de
refocilarse en el fango ajeno, a Dios rogando y con el mozo dando, cuando se
robaban Códices y todavía no se obligaba a vender los libros de la señora del Alcalde si querías que contaran contigo, cuando
el esperpento se festejaba, cuando si no estabas imputado no te invitaban a las
fiestas, cuando la Berenguela era la torre del reloj y Teo un lejano cortijo donde
solo los rojos usaban sombrero. Eran, señores, tiempos de hermanamiento, cuando
la lujuria consistía en cargarse los muertos del otro y los pelotas estaban en
los tejados donde todavía, podemos, si queremos, verlos. Tiempos de esperanza, de renacimientos
culturgales, cuando la cultura brillaba por sus ausencias, años de Pokémon y
escraches a cinco columnas salomónicas, cuando la ciudadanía se indignaba a tantos euros la hora. Pasaron, sí,
como golondrinos, esos años de Galeras donde pasar la gorra para demandar, de
los de té con pasta muy gansa, de los que venían a colgar borbones pero descubrieron
que colgar selfies era más solidario, los que llegaron para el cambiar el mundo
y solo han logrado cambiar los subvencionados. Ser de Santiago en los tiempos
del Pp era sentarte a hacer punto como aquellas señoras delante de la
revolucionaria guillotina, era esperar que ardieran las iglesias con los
canónigos dentro y en las catedrales se dieran charlas sobre redistribución de la
riqueza de los otros, cuando ser de Santiago era ser invitado a una fiesta de
despedida de solteras con ‘bois’, un privilegio, una dicha de agua fría, una
impunidad para los sentidos pésames, un repelús para la decencia. Porque eran
los años del novamás y en las tiendas de
precampaña no se hablaba, ¿para qué? de Siria ni en broma. Aquellos sí que eran
tiempos de exaltación de la exaltación y no cuando las confianzas de las mociones
dan asco y ni la Rozas hace el cariño. Cuando la paz y la educación eran un
anhelo, una utopía, un sueño cálido y no una excusa para chupar del bote
neumático de los refugiados. Cuando no soñábamos que, acabar con los chorizos,
iba a ser para que nos dieran morcilla
Contra el Pp vivíamos como señoras de nuestro destino, como cuando
éramos presas con alas, la manifestación era nuestro hábitat, la plataforma
nuestra religión, la indignación era nuestro oxígeno, el manifiesto nuestro catecismo,
cuando todas éramos mayoría social agredida y la situación de emergencia social
era un spa de desaparrames reivindicativos, cuando la pancarta era nuestro
carné de identidad y gritar nuestro himno, los baches eran trincheras y la
herencia recibida ¡quién lo iba a imaginar! la munición. Contra el Pp todos queríamos ser republicanas
para vivir hoy como reinas….
….¡¡maldita realidad!!
Lupe Castiñeiras: lampreasyboquerones@gmail.com
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