Por Picheleira
Si hay algo que caracteriza a los políticos que no se cansan
de hablar del ‘derecho a decidir’ de los
pueblos, es que todos ellos sin excepción aspiran ser mandatarios en esos pueblos cuando consigan que se decidan. O al menos ministros, con cargo de algo en cualquier caso. Pasa en Cataluña, sí, y también en Galicia, lo cual no deja de ser humanamente tierno y hasta comprensible, pues reconocernos ese derecho para que sea otro el presidente es una petulancia de mal gusto, y para eso nos quedamos como estamos.
Es uno de esos momentos en los que se crea lo que estos decididores
llaman ‘un problema político’ que, lógicamente, solo puede solucionarse ‘de una
manera política’. Pero por problema político
y por su consiguiente solución política hay que entender, en este vocabulario
de tenderas de barrio, todo aquello que no puede plantearse electoralmente
porque no se alcanzaría el número de votos suficientes. O, lo que es lo mismo, algo
de lo que la gente corriente pasa. Son en definitiva las cuestiones que plantea
una formación política que por mil razones (que es una sola en realidad) no
tiene representación parlamentaria o municipal para implantarlas. Es entonces cuando
a esa propuesta minoritaria, residual o, cuanto menos, artificiosa, se le
cambia el nombre por el de ‘problema político’, es decir, tratar de imponer por
una minoría un problema hasta entonces inexistente para la mayoría de la
población, y si no se atiende, se le monta un pollo de mil pares de narices.
Para evitarlo conviene hablar, mediar, dialogar, términos ambivalentes según la
latitud, de tal (mala) suerte que la mayoría, sí o sí, acabe aceptando la
propuesta de la minoría. Hasta que llegue el momento del siguiente ‘problema
político’, claro. Por ejemplo, problemas políticos eran para Martiño Noriega la
precariedad, los desahucios, las necesidades vitales de la gente y la cuestión
social…. Y ya no lo son. ¿Qué ha cambiado? Que ahora es él quien gobierna.
Problema político, dice también Martiño, sería el derecho a
decidir, lo que supone la posibilidad de tomar una decisión soberanista cuando
no se está en el poder para que el que la propone pueda convertirse en
gobernante a pesar de acabar de perder unas elecciones sin lograrlo. Por eso
está garantizado que en este tipo de referéndums solo votarán los que están a
favor de nombrar mandatario al que lo propone, para que vuelva a serlo el que ahora
está no hace falta votar, como se supone que piensa la mayoría. El derecho a
decidir se convierte de esta forma, no en el derecho de un pueblo a su futuro,
sino en una alternativa electoral del partido de turno cuando de otra manera no
puede alcanzar el poder ¿O acaso no es cierto? Salvo que esté usted pensando en
el derecho de autodeterminación de Mali, que ya son ganas de hacer el indio.
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