Publicado en SANTIAGOSIETE el 12 de Septiembre de 2008
En pocos días hemos pasado de aburrirnos como ostras a desayunarnos con lo de las vieiras asesinas, una de esas noticias que le dejan a uno cara de toxina. Y es que el domingo en Santiago se hizo de pronto un silencio sepulcral, gélido, como cuando en una reunión bulliciosa alguien rompe un jarrón. La abanderada culinaria Toñi Vicente era detenida y acusada de un delito de lesa digestión, aunque si finalmente se demostrara su culpabilidad pocos creen que acabara pagando el pato. Sin embargo, la forma en que se están cociendo las informaciones deja cierto mal sabor de boca, un ambiente de resentimiento con taninos de zorras y uvas. Leemos, escuchamos y nadie en el fondo condena a la afamada cocinera aunque la sensación mediática sea la de ponerla a caldo, como si el pobre bicho fuera el único en causar intoxicaciones. El secreto de sumario cumple de nuevo las veces de pregonero y los juicios populares se hacen más evidentes y dolorosos que cualquier otro que puedan hacerle las puñetas, sobre todo porque aunque lo llamen delito contra la salud pública en realidad solo alcanza a la salud privada de unos pocos.
Resulta extraño que durante días solo se conociera el nombre de Vicente, de unos furtivos malvadísimos y algún pérfido distribuidor, algo que huele a venganza a fuego lento con su pizca de ajenjo. Ahora que todos sabían que en realidad ni es la primera ni la única en adobar su carta certificada con casquería hay cierta complacencia en admitir que el michelín de alguno no le salga gratis a otros, y solo unos pocos compañeros de fogones la están apoyando en su periplo de furgones cuando lo fácil es lavarse las manos antes de mojarse con un asunto tan visceral.
Puede ser hora de tirar del mantel y que paguen todos los que se creyeron impunes, pues si es verdad cuanto se dice es porque se pudo hacer y si se pudo es porque quizá quienes debieron impedirlo estén a esta hora pidiéndose unos análisis de urgencia. Menos cuidados con la memoria histórica y más con la que daña la toxina, menos políticas de lengua patria y más de lengua azul.
José María Sánchez Reverte
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