A Táboas, Teresa, la vimos aterrizar desde la Plaza de las Tres Culturas en esa singular vagoneta del nacionalismo extrañante. Y sin embargo, asaz montaraz, se ha convertido en la pirámide invertida de una consellería en la que trabaja como una abeja maya o azteca para comprobar que la vivienda no es problema sino incógnita, el cociente del pináculo como clave arquitectónica de una sinrazón sin techo ni chimenea. Y quizá por eso sonríe de lado a lado como una bolsa de golosinas que abriera un niño de cumpleaños, una piñata que únicamente pudiera quebrarse a suspirazos.
Y la hemos seguimos escuchando arrugar la frente como la sábana de un sábado tarde, moviendo en el vacío que llenan las manos afiladamente delineadas con presteza de prestidigitador maestro de castillos en el aire que contenemos. Y seguiremos viendo cómo marcha subida a su grupa parlamentaria, descontentos de contemplarla en mítines que más necesitan de arrullos tronantes que de peones de tajo y ajedrez en una tabla donde solo una puede ser la pálida reina. Qué desazón que alguien de tantos lugares no encuentre su sitio, que la tierra prometida, la pública, haya sido apenas un gol de cartabón que le han marcado por toda la escuadra. Y mientras, como aquel triste sentado en el penúltimo de los escalones de Teotihuacan, esperamos que nos diga en terciopelo, ven y manos a la obra.
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