Vero Boquete, recordarán algunos, vio pasar un balón por la banda y se fue con el pantalón corto tras él hace ya algunos años y esperando quedaron aquellos para rematar de cabeza, todo por preferir jugar fuera de su tierra que vivir en fuera de juego, regateando zancadillas y lugarteniente, más que capitana, de la selección, la natural, por la que un día cambió tacones por tacos, los prados por césped más o menos artificial y la elástica por la rigidez de quienes han de sacar las vacas del campo para que ruede la pelota, por eso marchó picando espuelas en un desmarque de arquitecta por trazar sobre el semicírculo paredes y túneles, allí donde más que mirar la talla, se da, como el dorsal en la espalda y en el pecho de acero.
Saber de
Vero es hacer de árbitro de las nubes y corriendo las piernas se trazan en el primer principio, y último, de la termodinámica tan mundial por enxebre, vestida con medias hechas con redecillas de las otras porterillas, jugadora que es como un pase en profundidad que deja en las copas, las que se ganan, la mancha de sangre y carmín de haber ganado, a veces trofeos, siempre el orgullo de tenerla por nuestra, tan gallega como un gol de oro.
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