Cada vez que a una formación política le descubren su talonario de Aquiles, parte de la sociedad civil acaba por encresparse. Una sociedad que aparentemente funciona bien según las reglas y sus excusas pero que se siente cansada, dolorida, maltrecha y sin diagnóstico convincente, un malestar generalizado que quienes deben tratarla no acaban de creerse unas veces o incluso sospechan de cierto fingimiento otras, aquejada de síntomas tan difusos pero incapacitantes por más que traten de convencerla de que en realidad no le pasa nada porque no hay pruebas reales de enfermedad alguna y le receta diversión, entretenimiento, poner la mente en blanco o en rosa.
Y esta sociedad que calla unas veces y otorga siempre, en su desconcierto atiende las voces del primer charlatán que ofrece productos milagrosos, remedios mágicos, sanadores o prófugos para, nuevamente decepcionada, volver a sus periódicas consultas de programas patológicos con efectos secundarios, cuando el único alivio pasa por ver que el vecino o un pariente, y hasta los médicos que la ignoran, se encuentran en una situación clínica peor que la suya.
Una sociedad que padece con estos síntomas es una sociedad enferma, pero no se sabe si será paciente por mucho más tiempo.
Y esta sociedad que calla unas veces y otorga siempre, en su desconcierto atiende las voces del primer charlatán que ofrece productos milagrosos, remedios mágicos, sanadores o prófugos para, nuevamente decepcionada, volver a sus periódicas consultas de programas patológicos con efectos secundarios, cuando el único alivio pasa por ver que el vecino o un pariente, y hasta los médicos que la ignoran, se encuentran en una situación clínica peor que la suya.
Una sociedad que padece con estos síntomas es una sociedad enferma, pero no se sabe si será paciente por mucho más tiempo.
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