Pocos podían imaginarse que lo que algunos llaman todavía ‘la gran fiesta de la democracia’ pudiera saber a votos de garrafón, especialmente cuando decir pocos es, además, exagerar el número. Lo cierto es que una vez cumplido por los ciudadanos el mero trámite de resolver el futuro laboral de veinticinco desconocidos, salvo quienes han dedicar días enteros a reajustar sus agendas, contactos, filias y fobias los demás hemos de volvernos a nuestras cuitas con la sensación de que las urnas tienen su propio idioma, porque cuando hablan no hay quien las comprenda. Tan inopinados han sido los resultados que nadie se había acordado de comprar el listón que hay que superar por arriba o por abajo. Llegan ahora días de análisis para unos y diálisis electoral para otros, de desprenderse de gafas y algunas gafes que han sobrado, de llevarse las manos a la cabeza y tragar saliva con escarcha recordando las promesas hechas cuando nadie parecía escuchar. Hay cierta coincidencia en que los resultados han sido cuando menos extraños, esa sensación que queda al equivocarnos de sala de cine y comenzar una película inesperada, aquello que explica el genio celtibérico cuando sabe con certeza animista que el otro siempre está equivocado, y si no, lo estará. Igual que aquel hipocondríaco que hizo escribir en su lápida: “os lo dije”.
Publicado en SANTIAGOSIETE el 27 de Mayo de 2011
Publicado en SANTIAGOSIETE el 27 de Mayo de 2011
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