Hablar de la vida social de una ciudad no es cosa menor cuando esa ciudad es Compostela. Y es que si hay algo que caracteriza actualmente a la llamada “Vida Social” de Santiago es que destiñe, tal vez porque alguien decidió crearla desde la nada, una “Crónica Rosa” de retales y voluntarios, extras y figurantes para conformar esta Vida con entramados de endogamia cuyos frutos, por tanto, ya se sabe. Eso sí, siempre habrá un pequeño, minúsculo grupo de resistentes que constituyen la excepción, un puñado de paisanos que poseen clase, apenas cinco o seis pero que pareciera que no han dejado nada para los/las demás.
Pero nada de esto pasaría de ser una chusca comicidad de no ser porque se cuenta, además, con una crónica oficial, esa que nos llega a vuelta de correo con tan buena mano que ha convertido la vida social en algo parecido a una reunión entre comadres de Villarriba y Villabajo. Hay quien opina que debido a ciertos intereses corporativos, y hay quien cree en cambio que a causa de algún trauma infantil, pero de lo que nadie duda es que el éxito de las crónicas entre sus protagonistas solo puede explicarse a causa de la complejidad del asunto, es decir, los habituales, inveterados y endémicos complejos del compostelano, o sea. Siempre hubo vida social aquí, pero no gustaba, demasiado enxebre quizá, hacía falta algo más, elegancia, distinción, clase, quién sabe. Error fatal al extenderse la idea de que la clase y la elegancia son virtudes que se pueden comprar, o sea. Tanto daño entre quienes “necesitan” salir en una foto, un video o ver sus nombres en una página, ¡que por favor les inviten a algo, aunque sea a cavar! Ay, qué fácil es aprovecharse de los bajos instintos para sacar tajada…o sea.
Pero tampoco esto pasaría de anécdota de no ser porque esos complejos provocan, al contrario de lo esperable en cualquier otra ciudad medio civilizada, que la vida social no venga mediatizada por la económica y la política, sino que estas dos últimas, ver para creer, son las que se dejan influir por la social. Párese y fíjese en el crucigrama político de la ciudad o el enmarañado tejido comercial para comprobarlo. Crónicas sociales baratas, ridículas, a veces parece que inventadas (según un rumor demasiado extendido), serviles, aguadas y tan artificiosas que en ocasiones provocan la vergüenza ajena, o sea.
Así están las cosas, si no le parece bien compruébelo usted mismo y verá que es una verdad como una catedral. O como una iglesia.
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