Nada es casual para quienes creen en el azar del mismo modo en que nunca es casual un lunar en la mejilla de una mujer que será, si acaso, la marca que quedó al desprenderse su cordón umbilical, como de su tallo a una cereza, con la mismísima luna de escarcha y pomelo. Es el último fleco que deja con dedo diestro el alfarero al cesar con su torno, es el punto y final de su tan única forma de belleza opalina, ese lunar es un eclipse cuando se alinean las miradas al llegar los lánguidos amaneceres, una salpìcadura de la tinta con que se escriben las cartas que nunca se leen, es un rescoldo de noche allí olvidado o la sombra que deja en su rostro una estrella, un suspiro que cristaliza y florece sobre la piel, una mirada deseada que se derramó desde los párpados, es una discreta cerradura por la que asomarnos a mirar el exterior de cuanto se esconde a pleno cielo con aroma de nubes recién segadas para acabar siendo, en fin, el faro que nos guía al ir a dormirte.
Es ese lunar preciada especia con que se trocan sueños y sonrisas, es el tiempo de un roce ahí detenido y adormilado, mullida almohada en que esconderse a pasar las noches, el lugar donde contemplar las puestas de largo del sol. Ese lunar es el punto donde firmarte con los labios, cuando quieras, el contrato de los anhelos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario