Acompañamos hasta la puerta a los últimos estertores del año rodeados de estatuas vueltas de sal y sacarina, año que pretende huir como cobarde después de haber vivido entre nosotros como una zorra en un gallinero, a dentelladas, año de noches de tijeras largas, año de nueva terminal donde habita triste un eco infinito y un nuevo AVE de esquina a esquina, año de indignación de siete suelas y cencerro al cuello, de nuevo alcalde para viejas grietas, de okupas en edificios con (re)porteros automáticos y cumpleaños de catedrales, año que como las visitas inoportunas parecía no querer irse nunca, año de levantamiento de gobiernos cadáver, de palabras bonitas y fuerzas huyendo de bocas abiertas llenas de moscas, de sinvergüenzas ya desenmascarados por todos y emboscados en negras gafas de pastas, año de catetos y ridículos con espuelas y sainete, año largo y triste como un coche fúnebre, año sin Códice de presumir, año que perdió las ganas de pintarse los labios, año que se lleva el olor de las flores, año sin segar, año asombrado de tanto año como ha sido. Año que no ha dejado nada para el fin del mundo.
Año de todos los años, año por releer, año para la irreflexión, año con botas, rescoldos de año, año sin desabrochar, año que se acaba como un reloj de arenas movedizas, hay que darle cuerda, última hoja de calendario de un año que muere y todos nos confesamos su asesino.
Y al fin aprendimos como postrera enseñanza, que solo se tala la buena madera, que solo se cortan las flores hermosas.
Ahora sí que sí, mais nada
(y tú, 2012, como sigas acercándote chillamos)
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