Que el mundo es un pañuelo ya lo sabíamos desde que algunos lo lucen para tapar sus vergüenzas en el bolsillo de la americana. Un pañuelo con iniciales bordadas, sí, pero pañuelo al fin. Por eso a nadie le ha extrañado que, con lo grande que es el mundo, el gobernador de Al-Qadarif, una remota región del estado islámico de Sudán limítrofe con Etiopía, haya decidido por una de esas cosas que cualquiera entiende que nada mejor que venir a Santiago para solucionar sus problemas de potabilización de agua. Y así, ni cortos ni perezosos, hacia aquí dirigieron sus pasos, sobrevolando probablemente Darfur, y aterrizando en Raxoi con unas indumentarias tan occidentales que lo de la sharia en la memoria sonaba a broma macabra de tercera fila.
Hablaron y hablaron y hablaron de las plantas potabilizadoras, Conde Roa de su sinvivir o su sin beber con la de la Silvouta, y los sudaneses de que si al precio que están los cañones y los tanques no dan para más, y el resto, incluyendo la posibilidad de hermanamiento de Santiago con la capital de la región de aquel país en la agenda (lo de aparecer en la lista de países terroristas de la Unión Europea son solo ganas de fastidiar), fue coser y cantar.
Esa es la historia…no nos negará que como cosa rarita el asunto no tiene desperdicio. ¿Se acuerdan de los chinos que cada poco vienen a Galicia a…a…bueno, que vienen a Galicia? ¿Y de los rusos que están al caer? Lo próximo serán venusianos, seguramente.
Como apunta el viejo refranero, cuando todo parece ser lo que es, lo más probable es que lo sea. O, de otro modo, ¿dónde está la diferencia entre la internacionalización de una empresa y que una empresa haga negocios en el extranjero a cuenta de la administración española? Misterio. Pero este no es el caso, claro, nunca lo es.
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