Ayer se celebró el Día Internacional de la Libertad de Expresión, por lo que no podían decirse ciertas cosas. Pero hoy, que es viernes y los viernes son de todos, la cosa cambia. Veamos…
Ayer fue el día, en efecto, en que los periodistas se reivindicaban a sí mismos, el día en que pudimos leer, por ejemplo en Praza Pública o El País que “Cientos de periodistas gallegos reclaman un periodismo digno”….
Pues bien, se equivocan: la noticia es que somos los ciudadanos quienes durante el resto del año les reclamamos esa dignidad a ellos ¿No lo han notado acaso en la reducción de ventas y publicidad? Porque lo interesante es saber: ¿a quién se lo reclaman? ¿A los ciudadanos? ¿A las instituciones? La respuesta la daba la misma noticia de mano de un manifiesto del Colexio de Xornalistas de Galicia cuando afirmaba que “el periodismo se encamina hacia su autodestrucción”. Exacto, autodestrucción. Porque esa misma tarde los mismos que se concentraban (sic) y plañían envueltos en pancartas de diseño, soflamas lacrimógenas y arengas de las de té con pastas, volvían a sus redacciones para trabajar cuidándose muy mucho, no de hacer valer sus encendidas y dignísimas proclamas de unas horas antes, sino de agradar o no disgustar en exceso a la ‘empresa’ que le paga no vaya a ser que…
Los ciudadanos, esos ‘tontitos’ a los que hay que educar, sabemos sin que nos lo tengan que justificar sin haberlo pedido (excusatio non petita…) que todos, todos, todos los trabajos son dignos, del agricultor al periodista, del médico al fontanero, a pesar de lo cual sabemos siquiera por intuición cuándo un trabajo es bueno y cuándo no, cuándo un trabajador es digno y cuándo indigno de su profesión. Como en el supermercado o en una tienda de ropa, solo nos llevamos lo que creemos bueno. Si el periodismo hoy carece de prestigio es por obra y desgracia de los actuales periodistas. ¿Reclaman dignidad? Pues que sean dignos de su oficio y del periodismo y no monos amaestrados de una empresa, una tendencia política o de un editor paleto con ínfulas de estadista de aldea. ¿Qué es dignidad? ¿El riesgo de perder un trabajo por informar con objetividad?
La prueba de la degradación del periodismo, continúa explicando Praza Pública, es el número de EREs, despidos, cierres de publicaciones e inflación de titulaciones. Obvio. ¿Como en la construcción, la pesca o el revelado de carretes fotográficos? La respuesta, una vez más, está en la calle, porque ahí es donde los ciudadanos sabemos que actualmente los periodistas, por un contrato, venden su dignidad y su vocación. No hay más. Lo sentimos. Solo queda alcanzar a ser jefe o responsable de una sección, ascender un escalafón, un poco más, un poco más jefe y, a partir de ahí, olvidarse de esa dignidad.
¿Cuándo, como en aquella novela de Balzac, los periodistas de verdad arrojarán por la ventana a los editores que les corrompen en beneficio propio obligándoles a ser marionetas de sus intereses económicos o políticos? Cuando eso ocurra los periodistas, que no el periodismo del que los ciudadanos hemos quedado huérfanos, habrán recobrado su dignidad. Para su estupor, los ciudadanos sabemos distinguir entre lo que es un periodista y lo que es un empleado con título de periodista en un medio de comunicación. Son cosas distintas, comparten carné, pero nada más.
Uno, que publicó su primer artículo en un diario nacional con trece años (prescrito el asunto puede decir que manipulando a mano y plumilla una fotocopia de su DNI), y ya son cientos si no miles hasta hoy (y en papel, que ya nos dirán si no es mérito…) ha vivido mucho desde entonces, expulsado de la mitad de los diarios en los que estuvo por distorsionar su “línea” no sin saborear antes una buena dosis de palmaditas en la espalda y azucaradas proclamas sobre la libertad, y sin contar con otros casos, alguno bien reciente, en que tras esos mismos apoyos a su libertad de un día para otro se veía como en aquellas célebres fotografías de Stalin, ¡ese liberal!, desaparecido, recortado, “depurado” sin que tuvieran cojones ni mucho menos dignidad (bonita palabra según quien la diga) siquiera de avisar.
Señores periodistas (los de verdad), ayer fue vuestro día. El resto del año es nuestro, de los ciudadanos: arrojad como si fuera basura por la ventana a vuestros jefes si os hacen seres indignos. Podréis perder el trabajo pero seréis dignos de lo que defendéis. Pero si no lo hacéis (y estáis en vuestro pleno derecho a no hacerlo), al menos no nos deis luego el coñazo ni discursitos con encajes con lo de la dignidad del periodista. Es que no hay quien se lo crea.
“Sin periodistas no hay periodismo, sin periodismo no hay democracia”. Esa es la clave, que no hay periodistas, solo titulados contratados….
Por cierto, hemos hablado de periodistas en general. Yendo al caso concreto hemos de reconocer y admirar a un grupo de irreductibles que aún subsisten en Galicia delante de los cuales y algunas cualas, nos quitamos el sobrero en señal de respeto y admiración.
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