Por Susana Díez de la Cortina *

Contrató Wittgenstein para esa tarea a un experto jardinero y florecieron
multitud de rosas. Entre ellas, una un tanto escondida, sin ser la más perfecta ni la más
hermosa, recibía una atención especial del jardinero por su particular aroma, suave pero
intenso. La flor era pequeña, y su tallo esbelto pero no totalmente recto, y a pesar de ello
el jardinero -en lo que Wittgenstein le daba la razón- encontraba su curva muy graciosa;
tenía pocas espinas, las justas para poder llamarse rosa, y su corola no era ni más
frondosa ni colorida que otras, pero se mantenía firme y apretada, tal vez por la sombra
de la tapia, o por crecer en tierra bien oxigenada... quién sabe. El caso es que su
jardinero la cuidaba con mimo y ella le respondió multiplicándose sin perder la frescura.
Wittgenstein, que admiraba todas las formas de belleza, se paraba a menudo a
contemplar el cuidadoso trabajo del jardinero, y atento como siempre a las palabras, se
sorprendió escuchándole decir a la rosa: "Tú das tu aroma a todos, ¿por qué no puedes,
dime, contentarte con dármelo sólo a mí?". El filósofo, que ya era más inglés que
austríaco para entonces, prestó gran atención desde aquel día a las conversaciones del
jardinero con la rosa. Las palabras que le dirigía a la flor -cada vez más decaída, aunque
todavía bella- le sonaron agrias en alemán a Wittgenstein, y le desagradaron. Por las
tardes visitaba a la rosa, que apenas ya se abría de tan tímida, y le dirigía frases de
aliento. Para alegrarla, le llevó un colibrí, pero ella temía que si se explayaba
demasiado, su aroma la delataría y despertaría las sospechas del jardinero. Los
reproches y la ira la iban mustiando, y Wittgenstein comprendía que trataba de decirle
algo importante, pero ella no conocía el lenguaje de las palabras, lo único que sabía era
oler bien. Sin embargo, Wittgenstein era sin duda un tipo inteligente además de sabio, y
al final comprendió lo que la rosa, harta de los reproches del jardinero, le estaba
suplicando: "¡Córtame!". Y así ocurrió que Wittgenstein, que al fin y al cabo temía por
sus manos como todo músico (igual que lo era su hermano, para el que Ravel había
compuesto su famoso concierto para mano izquierda, dado que se dice que había
perdido la derecha en la guerra) protegiendo la suya con un guante del jardinero cogió la
podadera, cortó la rosa y la colocó en un jarrón de la mesilla de noche de su hermana,
donde la flor pudo dar en sus últimos días toda su fragancia, diciéndole con compasión
y cariño aquello de "Los límites de tu lenguaje son los límites de tu mundo" por lo que
luego se le recordaría -e incluso se le citaría en actos protocolarios educativos por parte
de dignatarios alemanes deficientemente educados en materia de Filosofía-, como a uno
de los más importantes pensadores de la historia.
* Susana Díez de la Cortina es filóloga y directora académica de AulaDiez
* Susana Díez de la Cortina es filóloga y directora académica de AulaDiez
(www.auladiez.com), y autora de varios libros de poesía y de gramática del español para extranjeros.
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