Por Susana Díez de la Cortina *
Breve memoria del Festival de Arte “Asalto de versos” que tuvo lugar el pasado día 16 de
abril en el castillo de Manzanares el Real.
Cuando la vi a las puertas del castillo de los Mendoza, supe que era María, y la llamé
por su nombre. Me miró con sorpresa, y tuve que explicarle que era la autora del libro titulado
“El Castillo” ilustrado por su padre, Heliodoro, y que al notar el parecido con él y con su madre,
la había reconocido de inmediato. Pero lo que no le dije es que, en un principio al menos, si la
había reconocido no fue por el parecido con sus progenitores, ni por encontrarse a las puertas
del castillo donde se iba a celebrar el “Asalto de versos” en el que yo también participaba, sino
porque había visto su cara representada en las pinturas de su padre bajo la forma de hada,
sirena, ninfa o ángel… Había visto esa cara con distintas expresiones, pero no idealizada, sino
tal cual. Era, sin duda, ella, y estaba en mi memoria aunque no la hubiese visto jamás, esa
memoria de la que aquella tarde nos habló en clave poética Elena Diez de la Cortina, editora
de Manuscritos, invitada también al mismo acto para leer los bellos versos de su poemario
“Emboscada Memoria”.
En nuestros días, parecería que la palabra «memoria» hubiera quedado estigmatizada,
en especial cuando aparece calificada por términos como «histórica», «recuperada»,
«dignificada» u otros semejantes. Algunos han alzado airadamente sus voces contra una, en su
opinión, excesiva e improcedente recuperación de la memoria. Y no les faltaría un punto de
razón si no fuera por lo excesivo que también fue, en otros tiempos, el intento de ocultar a
toda costa la bestia agazapada en los recuerdos de tantos. La desmemoria, quién lo duda, el
dulce olvido, nos permite continuar cuando lo que atrás queda resulta repulsivo; memoria y
desmemoria constituyen esas tablas de salvación que unas veces nos permiten identificar los
lugares de nuestros antepasados –como Heliodoro, descendiente de los Mendoza, en el
Castillo de Manzanares– y otras reconocer a quien nunca hemos visto más que a través de las
creaciones de un tercero, de forma similar a cuando nos enamoramos de un personaje
literario, o más aún, del escritor que ha creado a un cierto personaje, ese escritor al que tanto
desearíamos conocer, pero al que jamás hablaríamos sino de usted, y a poder ser en francés
pero, eso sí, con la pasión con que lo hacían, por ejemplo, los amantes de “La montaña
mágica” de Thomas Mann: “me encanta como escribe usted, cuando le leo a usted, es como si
recordara… como si me viniese algo a la memoria…”. ¡Ay, la memoria! Mnemosina, la titánide
que personificaba en la Grecia antigua a la memoria, fue la amante de Zeus nueve noches
consecutivas, durante las que engendró a las nueve musas –¡cómo debieron ser aquellas
noches!– ; el río que llevaba su nombre tenía la virtud de conferir a las almas de los muertos
que bebían de sus aguas la capacidad de recordar sus vidas anteriores, tanto como el río Lete
el inestimable consuelo de olvidarlas. Escapando del vacío de la desmemoria a través de los
versos de Elena, me enredaba en el nombre de susurrante anémona de Mnemosina y me
parecía estar, en lugar de tras la red del escenario con la que el grupo “Asalto” simbolizaba el
encierro –y posterior liberación– de las ideas, atrapada en la de un mariñeiro frente a las
costas de Galicia, esas costas a las que nunca dejo de volver con la imaginación y desde la
memoria cada vez que deseo olvidar, si no tristes vidas pasadas, sí algún triste pasado … y a las
que tampoco dejo de volver, con la carnalidad de todo eso otro mío que añora la humedad y el
pulpo a feira y donde, al parecer, se alberga el alma, cada mes de junio, sin falta, por San
Xoán, en cuanto comienza a calentar el sol.
En aquella sala del castillo, en la que se daban cita simultáneamente un grupo de
músicos (Los Perros DC), tres artistas gráficos (Jara Sedeño, David Deleonarts y Oscar Cambra)
y un tropel de poetas o aprendices de poetas (Manuel Valera, Miguel López del Bosque, Elena
Diez de la Cortina e incluso la que esto escribe, entre otros), yo me daba cuenta de que mi
hermana Elena, como si hubiera bebido las aguas iniciáticas o fuera amiga predilecta de las
hijas de Mnemosina, podía recorrer cada rincón del arte contenido dentro de aquella red
como pez en el agua, porque lo mismo toca la guitarra, que compone, pinta o escribe, y no
solo “hace” versos, sino que los edita… Los versos de Elena y el bellísimo rostro de María son
algunas de las manifestaciones visibles de Mnemosina que hoy quisiera (aunque no sea en
gallego y ni siquiera en francés) recordar para usted, que me lee, con mis palabras.
* Susana Díez de la Cortina es filóloga y directora académica de AulaDiez
(www.auladiez.com), y autora de varios libros de poesía y de gramática del español para extranjeros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario