domingo, 3 de febrero de 2013

SAVAST (III): La primera vez que fui al Savast



Fue por error. No tengo otra explicación ni motivos para creer otra cosa.
Pero si la hubiese, tampoco querría conocerla.
Me llamaron a la oficina por teléfono. La manera de tapar el auricular al avisarme era la forma de decirme que no se trataba de cualquiera.
La voz femenina preguntó por mí, luego se identificó ¿Sabes quién soy?
Por supuesto. Nadie en Santiago ignora quién es.
Nadie al menos que siga la actualidad.
O alguno de los escasísimos oasis de elegancia auténtica que puede encontrarse por la ciudad. Todavía hoy.
Quería hablar conmigo, en persona. No dijo de qué.
Me invitó a almorzar.
Por mi lugar de trabajo y su ocupación no me extrañó.
Pero que fuera precisamente yo me resultó un dislate. Por eso no quise desaprovechar la ocasión.
Al día siguiente quedamos a las dos de la tarde en un restaurante de la Rúa Franco.
Tenía mesa reservada para dos.
Recuerdo como el mismo encargado salió para recibirla, reverenciarla y acompañarnos personalmente hasta nuestro asiento.
Preguntó si queríamos un reservado, y dijimos que no.
Siempre había pensado que jamás podría almorzar en aquel local, era para mí como una galaxia lejana, inalcanzable para mi economía, la actual y la de varias generaciones que pudieran venir tras de mí.
Comimos muy bien y hablamos poco, de nuestros trabajos exclusivamente.
Quedamos para la semana siguiente. Al parecer tenía algo que contarme.
Nos vimos para tomar café siete días más tarde. En una cafetería muy renombrada.
Me regaló un libro por mi cumpleaños, La Isla del Tesoro.
A cambio pagué el café. No era mi cumpleaños, faltaban semanas, pero el libro contenía una dedicatoria.
Fue entonces cuando me preguntó si conocía el Savast. Sin inmutarse. Y me llevó a él.
Pronto sería de noche y habría luna llena.
No tuvimos que caminar mucho.
Sacó una llave de su bolso y entramos. Las luces estaban encendidas.
Nos sentamos en una de las mesas de la primera planta.
Lorena, una de las chicas encargadas del lugar, nos sirvió. Un café para ella, otro, y una tónica sin hielo pero con limón para mí.
Un señor mayor leía en otra mesa. Al sentarnos nos saludó amable por encima de las gafas y volvió a su lectura.
Otro señor de mediana edad, de traje impecable, parecía aguardar impaciente apoyado en la barra. Miraba el reloj con insistencia.
Me dijo, entre sorbo y sorbo, que aquel lugar era el Savast.
Recuerdo que no le di más importancia. Un local más, pensé, muy bien montado y al parecer reservado para cierta clase de clientes. Pero un local más a fin de cuentas.
Me preguntó entonces: ¿Has oído hablar de cierta persona?
Me dio su dirección y el encargo de entregarle un sobre sin remite.
Añadió: "dentro de dos días este hombre aparecerá en la portada de El Correo Gallego. No digas nada a nadie".
Al terminar nuestras consumiciones nos despedimos en la calle.
Entregué la carta en mano a ese señor a la mañana siguiente.
Al segundo día me llamó ella para preguntarme por la portada del periódico.
Eran las ocho de la mañana. Salí a buscarlo. En portada aparecía su cadáver. Se había suicidado.
Antes de colgar el teléfono me dijo que nunca le hablara a nadie del Savast. Nunca. A nadie.
Esa misma noche me esperaría, a las diez, en la puerta de mi casa.
(…)

Continuará

No hay comentarios:

El Correo Gallego - Santiago - Titulares

EL PAÍS - Titulares - Galicia

TVG - Informativos - Titulares

Páginas más vistas en la última semana

Cartelera de Santiago (destacados)

Cartelera de Cine en Santiago

Cartelera de Cine en Santiago
Pulse para acceder