Por Sylvia Vaamonde
Currás la ha vuelto a liar parda, sí, que ayer mismo,
viernes, mientras apurábamos las horas del días aguantando la respiración hasta
ponernos lilas, rebañando con pan el último segundo del reloj para asistir a la
dimisión del alcalde, resulta que ésta no llegó. Mal, muy mal. Don Francisco, Pacoreyes, se la había exigido, no pedido
porque eso huele mal, sino exigido. Y no dimitió. Como si pasara de él.
Y todo porque del mismo modo que hay secretos de sumario que
más bien parecen secretos de Fátima, hay otros que asemejan ser el ¡Hola! en una
peluquería o, si de grabaciones se trata, un hit parade, cosas de los secretos
de los sumarios que tanto gustan a los jueces telepredicadores. Lo último vino
de Lugo, de la Pokémon, unas grabaciones que antes de llegar a su destinataria,
la jueza de Santiago, ya habían llegado a su destino, el que sea. Grabaciones
que amenazan con complicar de nuevo la pax procesalii de algunos sobreseídos al
atisbarse la existencia de una conspiración municipal para acabar de una vez
por casi todas con el bivalvo de Carril. A la vista y el oído de esas grabaciones,
claro, don Francisco exigió la dimisión de Currás, lo normal, lo que hubiera
hecho cualquier ciudadano de bien. O de regular.
¡Exijo la dimisión del alcalde!, exclamó iracundo el
portavoz de los parias de la tierra. Pero no lo hizo el muy pillín, lo dijo
pero volvió a tomarnos, no sé si por envidia, el pelo. Lo dijo, pero fue una
mentirijilla, una broma de portavoz, una trola de esas de después de la
sobremesa. ¿Una mentira? Tal cual. ¿Nos engañó? Eso solo si usted se deja….
Del mismo modo que hay políticos que han perdido la noción
de la realidad, hay otros que han perdido directamente la noción de lo que es
una noción. Don Francisco es uno de ellos. Exigió la dimisión ante el grupo de
habituales periodistas que cubren el turno de Raxoi, los que después llevaron
esa exigencia al papel o la pantalla para que lo supieran los demás. Es decir,
se lo dijo a los ciudadanos que desprevenidos le leyeron o escucharon, que eso
es hablarles a los periodistas, dijo que exigía pero que se sepa no lo hizo.
Nada, no movió un dedo. Ni un triste escrache al alcalde a la puerta de los lavabos.
Habló como si lo hiciera asomado a la ventana, a la galería, a las nubes, a su sombra. O eso, o es de los que creen que
los periodistas están ahí para ser utilizados a su antojo y que sean ellos los
que transmitan al interpelado sus exigencias, pues de ser así la cosa rozaría
la bobada, peligrosa democráticamente, pero bobada al fin y al cabo. Hablar al periodista
es hacerlo al ciudadano, por tanto, no ha de ser a él al que le raye con lo de exigir,
que eso es de tonticos. Al periodista debe decirle que ya se lo ha exigido de
tal o cual forma o que lo hará (¡) de esa o de aquella otra. Pero lo que hizo
ayer, tratando de impresionar a los periodistas como si ellos tuvieran algo que
ver en eso, es entender muy peligrosamente para qué están ahí. Y sobre todo,
para qué está él ahí.
Bien está creer que los ciudadanos somos tontos porque sí,
porque lo somos. Por eso sabemos reconocernos y cuándo estamos ante uno de los nuestros, don
Francisco….
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