Con esta breve introducción
iniciamos una serie que pretendemos sea semanal centrada en el Savast, el lugar
y el círculo de personas más desconocido de Santiago de Compostela.
Esta historia nos llegó
acompañada de un soporte fotográfico cuya autenticidad, así como la veracidad
de lo relatado, hemos podido verificar a lo largo de varios meses. No obstante,
hemos preferido mantener inédito tanto el material gráfico como la identidad de la autora, y modificar algunos pasajes y
determinados personajes al considerar que pueden ser reconocidos, dado el
carácter en ocasiones demasiado crudo y escabroso de lo narrado.
LB
“¿Conoces el Savast?”
Con esta pregunta
comienza todo.
No, naturalmente,
nadie conoce el Savast. Incluso quienes acuden a él lo negarán si se les
pregunta.
El Savast es el lugar
más exclusivo de Santiago, exclusivo en la acepción más terrible del término.
En él se reúne lo más
escogido de la vida económica, social, política y hasta religiosa de Santiago.
Pero no la que conocemos o, mejor dicho, la que cree serlo.
Sólo algunos de
quienes lo frecuentan provienen de esta aparente buena sociedad, pero son los
menos.
Nadie acude al
Savast, ni luego puede dejar de hacerlo, por su propia voluntad.
Nadie acude por ser
conocido, rico, famoso o popular, gran empresario, tener un gran cargo político, pertenecer a una cofradía u orden, o ser una celebridad más o menos reconocida.
La inmensa mayoría de
estos ignora la existencia del Savast.
La inmensa mayoría de
estos daría su vida por poder ir a él.
Pero nadie va, te
llevan.
Un día, alguien que
conoces, te invita a ir. Sin más.
Y al ir descubres
dónde reside el alma que da vida a la ciudad.
Y al ir descubres que
alguien ha querido que mañana seas parte de esa alma.
Descubres que en
Santiago no se mueve un céntimo, triunfa o fracasa un negocio, se baja una
cremallera, se manifiestan unos, se sube una falda, se vende un lápiz, se
levanta un edifico, se fornica o se apaga una luz sin que allí se sepa.
Y se permita.
Nadie ocupa un
escaño, un cargo o una dirección sin el beneplácito del Savast.
Y, sin embargo,
ninguno de aquellos sobre cuyas vidas deciden, del más humilde al más
encumbrado, conoce a quienes manejan sus hilos.
Aparentemente es un
lugar donde se sirven copas, se puede picotear, escuchar música, bailar o
sencillamente hablar.
Pero solo
aparentemente.
(…)
Me hago llamar
Alejandra y todavía hoy sigo yendo.
Fui llevada por
error, una confusión de personas que nunca desmentí.
Pero eso ya no
importa.
Contaré todo lo que
pueda, como pueda y hasta donde me dejen.
Creo que debo
hacerlo.
Continuará...
2 comentarios:
Chorradas.
Cuéntanos una de marcianos.
Esas fueron exactamente nuestras palabras la primera vez.
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