Por Lu Vázquez
Me lo espetó esta mañana, mi amigo, personaje locuaz tan sobrado
de frases citas como falto de palabra: “Te lo dije, me dijo, votar a Conde Roa
nos traería esto. Mira cómo anda el Concello”. Y bebí café.
Él es del partido que gobierna, claro, mientras que yo voté
a un partido que no llegó a doscientos votos en aquellas elecciones. Pero
preferí callarme, la procesión y la mofa iban por dentro. Todo lo que iba a
ocurrir él ya lo sabía claro. Es un estadista. De salón y bidé.
¿Para qué decirle que, en realidad, todos lo sabíamos? Que
votar a Conde Roa era una temeridad, una apuesta al cero absoluto, una
paparrucha, tirar el voto o en fin, una ruleta rusa. No creo que hubiese nadie
en Santiago que no lo supiera. Y sin embargo…
Mi amigo, mariscal en su universo paralelo, pertenece, o
pertenecía, a la oposición a Conde Roa, a sus críticos, a sus depurados, o eso creo, o acaso a un partido de la oposición. No me quedó claro.
Entre sorbo de cafeína y dentelladas a una magdalena le
escuché pontificar, que hablar se queda corto, que él ya lo avisó: el día que
Conde Roa estallase, y no tardaría mucho, su putrefacción infectaría a todo el
Concello. Me invitó a reflexionar sobre los últimos meses de gobierno en
Compostela y asentí. En realidad tragué un bocado, pero pareció que asentí. Y
me añadió:
“Todo lo que vaticinamos en su momento, pues me hablaba en
plural, se ha cumplido. Lo advertimos y nadie nos prestó atención. He aquí las
consecuencias”, culminó tan graciosa como literalmente provocando con su
histrionismo que algún jubilado presente en la cafetería se volviese hacia nosotros.
Responderle, es para mí un hecho demostrado, no me resulta
rentable, es exponerme a un nuevo sermón de las montañas más empinadas. De
manera que bebí café y pedí otra magdalena.
¡Cómo decirle que no había en Santiago nadie que no
conociese a Conde Roa! ¡Cómo hacerle ver que todos en Santiago conocían el
corto recorrido que tendría como alcalde a causa de las una y mil
circunstancias personales y profesionales que lo acosaban! ¡Cómo pretender
explicarle que la situación actual del Concello era no solo previsible, sino
que tardó más de lo esperado! ¡Cómo querer hablarle de que nadie en Santiago esperaba
de Conde Roa otra cosa que lo que estamos viviendo!
Pero sobre todo… y esto sí tuve que decírselo tras bautizar
mi segundo café matutino (¡) con unas gotitas de orujo, ¡cómo hacerle meter en
su cabeza de alcornoque que, a pesar de que toda Santiago y su propio partido conocían
el previsible mal destino de nuestra ciudad, aun así ni por un momento
quisieron optar por otros! Si conociendo a Conde Roa y a su equipo, el que
ahora mal gobierna Santiago, lo prefirieron a él y a los suyos antes que a
quienes se presentaron como su alternativa, ¡qué no conocerían o temerían de
ellos que los demás ciudadanos ignoramos! Si quienes en su momento tuvieron que
elegir entre Conde Roa y su equipo o entres sus oponentes, se decantaron por el
primero, visto lo visto ¿podemos imaginar qué podríamos haber esperado de esos
otros? Miedo da hasta de pensarlo. ¿Hemos de lamentarnos por el mal que tenemos o alegrarnos de lo que nos hemos librado? Visto lo visto, claro.
Pero callé, bebí y tragué con una sonrisa en la cara capaz
de alojar a una familia de colibríes.
Al despedirnos, cansino, volvió a repetirme “Ya advertí lo
de Conde Roa”. Y yo, mirándole a sus ojos de taifas, pensé: “Lo sabemos, y aún así lo prefirieron,
hasta el punto de hacerle alcalde, a alguien como tú."
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